miércoles, 13 de octubre de 2010

Luna...



Una noche de verano, oyó a lo lejos el llanto de un joven, entonces empujada por la natural curiosidad, bajó a la Tierra encarnada en un bello cisne para contemplar aquel melancólico sentimiento. Luna se acercó hasta un lago próximo al joven para poder escuchar sus lamentos:

- !Ohhhhhh¡ desolador murmullo de la Dama del Amor. ¿ Por qué primero me hechizaste con el don del amor y ahora me arrebatas a mi amada, a mi vida? ¿Por qué juegas con el destino y la existencia de los débiles hombres? Maldigo el día en el que ame con todo mi corazón y ella respondió a mis sentimientos de amor verdadero, con falsos !Te Quiero!. ¿No hay lugar en este cruel mundo para el verdadero y eterno amor? ¿ No puedo ser amado?Pero eso ya da igual, por que con la compañía de esta calurosa noche que hiela mis entrañas y con el murmullo de las aguas, quiero segar mi alma y unirme con la nada para no sufrir más.

Después de estas palabras de infinita tristeza, el joven dió fin a la larga vida que le quedaba, apuñalándose con una brillante daga. Pero antes de morir y con su última bocanada de vida susurró: "Te quiero………." Y allí acabó su melancólica existencia.

La Luna atónita y desconcertada empezó a llorar y sus lágrimas de polvo plateado se alzaron al cielo y crearon bellas estrellas. La luna en sus pensamientos de misericordia pensó: "que estas estrellas guíen y reconforten a aquellos que aman con toda su alma, pero no son amados de tal modo".

Cuenta el final de la leyenda que cada vez que no esta Luna en el cielo es porque, triste y desamparada por el recuerdo del joven que murió por amor, se retira al lo mas lejano del cosmos a llorar, porque ella, aun siendo amada, nunca podrá devolver ese amor que los hombres le entregan.

No tiene precio...




Cuando llegaron al borde del río, el maestro arrojó una moneda de oro al fondo. El discípulo, creyendo que se trataba de un manantial de los deseos, se dispuso a hacer lo mismo, pero la mano del sabio detuvo su acción: 

-Nunca olvides que existen cuatro cosas en la vida que jamás se recuperan: 

La piedra, después de arrojada. 

La palabra, después de proferida. 

La ocasión, después de perdida. 

El tiempo, después de pasado. 

Durante un tiempo, ambos callaron y vieron pasar el agua, un agua que nunca más volvería... El discípulo, inmerso en este pensamiento, se atrevió a romper el silencio: 

-¿Por qué ha arrojado algo tan valioso al río, maestro? No le veo sentido… 

-Para que recuerdes que esta lección no tiene precio. –contestó el sabio.


Esperanza...


El cielo estaba poblado de estrellas de todos los colores. 
Parpadeaban continuamente sobre el negro cielo como queriendo hacer cosquillas a la noche.
Un día se dirigieron a Dios para formularle un ruego: 
«Señor Dios, nos gustaría vivir en la Tierra con las personas, compartiendo su misma vida.»

El Señor concedió a regañadientes lo que le pedían. 
Intentó convencerles de que su lugar estaba en el cielo. 
Pero insistieron tanto, que Incluso les permitió mostrarse con el tamaño con el que son vistas desde la Tierra para facilitarles su aventura.
Llegaron a la Tierra en grupo, a principios del mes de agosto, aprovechando una lluvia de estrellas de San Lorenzo. 
Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar con las luciérnagas por los campos, las menos se dejaron mecer en los árboles por la fresca brisa de la noche, la mayoría se acercaron a las personas y contemplaron de cerca sus rostros... y la Tierra quedó maravillosamente iluminada.

Pero transcurrido un breve espacio de tiempo regresaron presurosas al cielo.
Al verlas llegar tristes y cariacontecidas, Dios les preguntó el motivo de su regreso.
Las estrellas respondieron al unísono: 
«Señor, en la tierra hay mucha miseria, hambre y violencia...»

El señor les dijo que no las había creado para que anduvieran por la Tierra. 
Les repitió que su lugar estaba en el cielo, trazando órbitas inmensas, jugando al corro con los astros y los planetas.
Cuando se reunieron todas, Dios las contó. 
Con sorpresa descubrió que faltaba una de ellas.
Un ángel se acercó al Señor y le susurró al oído: 
«Señor, la que falta es esa extraña estrella de color verde que protesta mientras traza órbitas por el cielo... La que decía el otro día que ella no había nacido para deslizarse entre los planetas. Parece ser que se ha quedado en la Tierra.»

«¿Qué estrella es esa?», preguntó el Señor. 
El ángel continuó informando: «Le llaman «Esperanza». 
Es una diminuta estrella verde. 
La única que hay de ese color.»

Dios la recordó enseguida porque «Esperanza» era una estrella a la que reñía con frecuencia. 
Últimamente tenía la manía de empujar suavemente a sus compañeras mientras trazaban sus monótonas órbitas...
Miraron de nuevo a la Tierra, por ver si descubrían a «Esperanza». 
Y finalmente la hallaron allá abajo... 
Como era su costumbre, andaba repartiendo suaves empujones de ánimo a las personas. 
Se fijaron un poco más y vieron como «Esperanza» no empujaba a cualquier persona, sino tan sólo a aquellas que estaban tristes, cansadas, rotas por el esfuerzo y el dolor...

Las estrellas del cielo comenzaron a cuchichear por lo bajo, criticando duramente a «Esperanza» por haberse quedado en la Tierra y por andar «molestando» a los humanos con su consabida manía.
Pero Dios les hizo callar diciéndoles, al tiempo que esbozaba una sonrisa: 
«Dejadla que siga allí, porque dando suaves empujones a quienes perdieron las fuerzas para caminar, está mejorando mi Creación»

Y todas las estrellas siguieron trazando órbitas. 
Todas, menos «Esperanza», que aún anda repartiendo suaves empujones a quienes lo necesitan.

Esperanza me acompaña constantemente, en este camino vida... 
Gracias por mantenerte ahí, amiga mía...